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Historia alfarera: El carnicero de Boadilla

La Agrupación Deportiva Alcorcón inició su andadura en el fútbol con tres ascensos consecutivos. Desde Tercera Regional a Primera. Sin fallar un solo año. Un comienzo arrollador que le dio el cartel de equipo a batir ya que, a los éxitos ligueros, se sumaron dos campeonatos de Castilla. Mariano, capitán de aquel conjunto y máximo responsable de haber conformado una plantilla altamente competitiva, había reclutado a grandes estrellas del fútbol madrileño, como Aparicio, Sevilla o Juan Carmona. Con sus habilidades directivas, convenció a estos fantásticos jugadores para que se apuntaran al proyecto alfarero y desestimaran las ofertas y proposiciones de otros clubes. Un elenco de figuras que hizo que la Agrupación fuera conocida por el sobrenombre de "los millonarios". Sin embargo, aparte de que no era el dinero sino los singulares valores de la entidad lo que atraía a los futbolistas (en la caja había lo justo pero la cercanía y el sentimiento de familia ya estaban ahí), al álbum de cromos del Alcorcón siempre le faltó un fichaje. El carnicero de Boadilla. 

El carnicero de Boadilla jugaba en el Pozuelo y, según cuenta Rufino Martín, socio del Alcorcón desde 1971, era un jugadorazo. Rufino le conocía porque iba cada dos semanas a comprarle tres corderos. Tres corderos que se asaban coincidiendo con los partidos que se disputaban en el Estadio Municipal de Santo Domingo, justo en una de las esquinas contrarias a lo que hoy es la tribuna principal del campo. "Tenían muy buen género porque su padre era ganadero", recuerda Rufino, al que siempre le preparaban "los corderos en chuletas, para asarlos después en una parrilla de un metro por un metro que me llevaba al estadio. Estaba vallado pero se veía todo. No hacía falta ni moverse." Un ritual que hacía que, al comienzo del encuentro, los 22 protagonistas tuvieran más hambre que ganas de jugar al fútbol. Aunque nunca les daban nada. Y así se quejaba Mariano. Lo que pasa que él decía que lo que le molestaba era el humo. "Mariano protestaba por el humo y yo le contestaba que lo hacíamos para que corrieran más", señala Rufino. No era la única disputa que tenía con el mediocentro. "Cuando llovía se hacía un charco en el centro del campo. Y ese charco era de Mariano. Siempre estaba revolcado en el charco. ¡Pero qué bien jugaba!" 

El caso es que, volviendo a lo de antes, a lo de la carnicería, Rufino insistía para que el dependiente cambiara de bando. "Se llamaba Pablo y yo le repetía de manera insistente que tenía que venir a jugar con nosotros. Pero él decía que no, que él aquí no jugaba y así fue. No jugó." Y es que, desafortunadamente para los intereses del Alcorcón, los acercamientos de Rufino nunca prosperaron. Aún así, los amarillos siguieron dominando aquellas primeras temporadas porque, tal y como señala Rufino, "eran buenísimos. Mariano, su primo, Julián Plaza... también un delantero del Castilla que se llamaba Rodes. Entre él y Sevilla... ¡era un equipazo!" Un equipazo, como ya se ha dicho, pensado por Mariano, que había estado en el Getafe y había coincidido con muchos de los que formaron parte de esas primeras alineaciones de la Agrupación. Era amigo de ellos y les convenció a todos para ser parte de la aventura que comenzaba entonces. 

No es difícil saber qué hubiese pasado si finalmente se hubiese hecho la anhelada incorporación de Rufino. El Alcorcón habría ganado más partidos incluso de los que ya ganaba. Lo cual era todo un problema para sus aficionados, que salían a palos en muchos desplazamientos. Los triunfos de los suyos encendían los ánimos de los seguidores locales y de muchos pueblos había que salir huyendo. Rufino también, claro. "Nosotros íbamos por ahí y como ganábamos, nos insultaban. En Daimiel, por ejemplo, un tipo rompió una botella y nos quería pinchar. Me fui. Y me vino muy bien porque después de comer, paré en una viña, probé las uvas y viendo que estaban buenas, cargué 4 o 5 kilos en el maletero de mi 600. Lo que me cupo. No entraron más. Era un maletero muy pequeño." No siempre salía todo así de bien por lo que se podría decir que, el no fichar al mencionado Pablo, fue bueno en el sentido que les ahorró a los hinchas algún incidente más.  

Fue a principios de los ochenta cuando se acabó la tradición de las chuletadas, finalizando de esta manera la relación con el señor charcutero. Rufino se fue a Galicia a trabajar y se terminó todo. Hasta entonces, no había dejado de hacerlo. "Empecé con otro empleo fuera y me costaba mucho venir al fútbol. Luego ya me fui definitivamente de Alcorcón. Pero antes, no fallaba nunca. Y cuando no hacíamos chuletas, hacíamos un almuerzo. Uno traía una cosa, otro traía otra y en el descanso, comíamos. Nos dejaban pasar la bota de vino así que, perfecto." Han pasado los años y los abonados más veteranos del Club, se siguen acordando con cariño de esas barbacoas de domingo. Un cariño que es el mismo que le profesan a los que defendían la elástica amarilla en esa época. Un cariño que es el mismo que le profesarían al carnicero de Boadilla si hubiese aceptado dejar el Pozuelo para jugar en el Alcorcón. Pero decidió quedarse. Eso sí, al parecer, aún perteneciendo a otra entidad, siguió sirviendo buenos corderos mientras se los encargaron. 

FOTOS | Primera alineación de la Agrupación Deportiva Alcorcón en 1971 y Mariano, el gran capitán.